Vivir en Gran Canaria siendo tinerfeño, o viceversa, vivir en Tenerife siendo grancanario, es una terapia que recomendaría fervientemente a todos aquellos que a menudo escucho caer en esos repetitivos tópicos insularistas que tan sólo pretenden llevarnos a la disgregación.
Es desde el otro lado del espejo desde el que mejor se ven las virtudes y los defectos en los rostros de cada isla y cómo uno aprende a reconocer las extrañezas de este pleito llamado insular que nos ha acompañado durante nuestra historia reciente. Desde aquí, desde la isla redonda, el Teide se ve mejor que nunca y, con esa misma perspectiva, se aprecia cómo los ciudadanos de mi isla, la de enfrente, se quedan a menudo cegados por la visión del padre volcán y son incapaces de ver más allá del mismo.
Se nota en los medios de comunicación, por ejemplo. Raro es el periódico tinerfeño que presta alguna atención a las noticias que da su isla vecina, la otra capitalina, con la que tantas cosas comparte. Del mismo modo, los medios de comunicación grancanarios poco hablan de lo que se cuece en la isla picuda. Si no es para contestar a los desvaríos de ciertos personajes, o para poner de manifiesto las corruptelas que se destapan en la isla rival, rara es la referencia en los periódicos de Gran Canaria hacia Tenerife.
Asimismo, el que llega, como yo, desde la isla picuda al cosmopolitismo grancanario percibe con extrañeza la ferocidad con la que en este lado del Atlántico se defiende la supremacía de su capital. “Las Palmas de Gran Canaria es más ciudad” te dicen alterados. Y uno, sorprendido, contesta: “pues claro, casi 400.000 habitantes lo atestiguan”. Mientras, los tinerfeños, menos preocupados por la política y más por el folclore, se empeñan en defender ante los grancanarios las virtudes de su carnaval callejero. ¿Y alguien duda que el carnaval de Santa Cruz bulle más por las calles que el de la capital grancanaria?
Desde esta perspectiva se da uno cuenta de cuán fácil es pelarse por nimiedades y lo difícil que resulta colaborar y crecer juntos. Si chicharreros y canariones no se empeñaran en tirarse los trastos a la cabeza y querer ser siempre unos mejores que otros, seguro que tendrían tiempo para analizar qué lleva a los políticos a querer crear en el sur de Tenerife un puerto más grande que el de
Cualquier ciudadano del mundo que viera desde fuera la forma de funcionar de estas dos islas vecinas, que tantas cosas comparten y tan poco quieren compartir, no dudaría en afirmar que son el vivo retrato de dos hermanos que enfurruñados se dan la espalda continuamente y que tan sólo se miran a los ojos cuando sus padres (esos políticos que nos crían y nos separan) riñen a uno u a otro con el objeto de ponerlos a pelear. Dos hermanos que, cual Caín y Abel, en vez de ayudarse mutuamente y estar uno al lado del otro para cuando se necesiten, prefieren ponerse la zancadilla a la más mínima oportunidad con tal de ser cada uno el favorito de mamá o de papá.
En resumen, como en casi todo en esta vida, la culpa es de los padres.