visita la web

domingo, 24 de agosto de 2008

Casi nuestros...

Es duro ser quienes somos y lo que somos en estos días. 73 canarios han muerto de pronto y en unas circunstancias tan horribles que sólo pensarlo produce escalofríos. Y nosotros, la prensa, tenemos que poner nombre y rostro y vida a esa cifra de muertes. Y para hacerlo, para hacerlo como ellos y sus familias se merecen, tenemos inevitablemente que quitarnos las máscaras, las armaduras y los escudos que nuestra profesión, por salud, nos obliga a menudo a tener.

Tenemos que quitárnoslas para acercarnos, para entender y hasta compartir el dolor. Pues sólo así podemos preguntar sin herir, o hiriendo lo menos posible, pues en una yaga abierta cualquier roce duele.

Pero al final, de tanto sentir, de tanto compartir para entender, para escribir sin que nuestras plumas sean cuchillos, acabamos sumergidos en un tiroteo de emociones que inevitablemente nos dejan al borde de la locura.

Para ellos, para las familias, los amigos, todo esto es muy duro. Mucho. Pero no lo es menos para nosotros, pues si para ellos el dolor es por uno, por dos, por tres, sí, a veces por cinco o más; para nosotros, con menos intensidad ciertamente, pero con picos muy altos de angustia, el dolor es por 73. Por 73 que de tanto tratar de sentir cerca, acaban por ser también casi nuestros, casi nuestros familiares, casi nuestros muertos.

Creo que en los últimos cinco días he derramado más lágrimas que en los últimos cinco años. Y aún faltan tantos... Quedan tantos velatorios, tantos entierros, tantas familias rotas de dolor en las que sumergirnos, tantos duelos, tanto luto, que sólo espero que cuando todo esto acabe, cuando podamos -ellos, nosotros y ustedes- descansar de tanta tragedia y tanto dolor, nuestros corazones no se hayan convertido para siempre en tempanos de hielo iderretibles.

sábado, 23 de agosto de 2008

La angustia muda

El silencio como respuesta al drama y al dolor. El silencio para rendir homenaje y servir de despedida a quien tantos huecos deja en los corazones de muchos. David Caballero fue enterrado ayer en el cementerio de San Lázaro, en Las Palmas de GranCanaria, con el silencio y el llanto contenido como acompañantes de su último viaje. No hubo gritos, ni aspavientos, sólo lágrimas silenciosas y una angustia muda inundando el aire de una media tarde tan triste como calurosa.

El coche fúnebre llegaba al camposanto de Siete Palmas al borde de las 16.30 de la tarde. Tras él, una madre destrozada pero serena, con la mirada perdida en la ausencia de su hijo, pero erguida ante la adversidad. Detrás, los dos hijos que le quedan en el mundo para brindarle su apoyo.

¿Cómo se le explica al corazón de una madre que ha perdido un hijo por segunda vez? Difícilmente. Sin embargo, la madre, los hermanos, el padre, el padrastro y el resto de familiares y amigos de David demostraron ayer con su serenidad y su silencio la entereza de quien acepta el destino como llega.

El joven militar de 28 años de edad reposa ya junto a los restos de su hermana, fallecida en 1991. Con ellos se quedó también ayer parte del corazón de los asistentes al sepelio, una ceremonia sencilla, discreta y sentida a la que asistió como única representación política la concejala de Fomento delAyuntamiento capitalino, Nardy Barrios, quien afirmó estar en el lugar a título personal.

Un breve oficio religioso a la entrada del cementerio precedió a las últimas palabras en honor de la primera víctima canaria de la tragedia de Barajas que era enterrada. Tras éstas, el aplauso. Un doble aplauso de orgullo, de sentimiento, de despedida, de cariño, para dar el último adiós a un ser que difícilmente podrá caer en el olvido de los canarios.

Una entre 153 víctimas, uno entre 71 canarios, pero no uno más. David Caballero Tacoronte, con nombre y apellidos, con familia, con amigos, con sueños truncados por el destino, descansa ya en paz a la sombra y el abrigo de la memoria de quienes le conocieron y quienes, sin haberlo hecho, le llevarán en el recuerdo por la dureza aplastante que implica la desaparición de alguien que tan sólo empezaba a vivir.

David, el poeta paracaidista amante de las alturas
“Era un loco y un poeta”, con estas palabras entrecortadas en la garganta describía Marcos Caballero a su hermano David. Tenía 28 años, era militar y vivía en Madrid por su profesión. “Le gustaba viajar, el deporte, las mujeres... como a cualquier chico de su edad”, asegura. Le gustaba la vida y vivirla intensamente, sin duda. Probablemente por eso decidió ser paracaidista de las Fuerzas Armadas, una profesión que le hacía sentirse vivo saltando desde varios metros de altura. Pero, la tarde del pasado miércoles no quería saltar. Sólo quería llegar a su tierra para pasar junto a su familia el cumpleaños de su hermana menor. Tenía un vuelo con Air Europa, pero decidió cambiarlo por el fatídico JK 5022 para viajar un poco más tarde. Nunca llegó. Hace unos meses estuvo a punto de ser enviado con las tropas españolas al extranjero, pero una caída le causó la rotura de una pierna y no pudo marcharse. Ya no podrá hacerlo y en la mente de quienes le conocieron y le amaron queda el vacío y la incomprensión que produce la pérdida de una vida que aún no había alcanzado la plenitud.

"Me siento seca por dentro"
“Nos parece un sueño” decía el tío de David Caballero con incredulidad el pasado jueves mientras esperaba los restos de su sobrino. Una pesadilla consciente que se ha cernido como una sombra sobre esta familia de Las Palmas de GranCanaria. Tras la peregrinación a Madrid en busca de una esperanza que no se materializó, su madre llegaba el jueves por la noche a la isla con su hijo fallecido. “Estoy seca, me siento seca por dentro” fueron las únicas palabras que pudo decirle a su primogénito, Marcos. Éste es el segundo hijo que pierde. Hace menos de diecisiete años veía fallecer a una de sus hijas.

“Ahora sólo quedamos dos” aseguraba Marcos, el hermando de David, sin lágrimas, pero con la tristeza instalada en su rostro, en sus ojos, en sus manos. Una tristeza que se apoderaba de todo ayer en el tanatorio de Miller Bajo. La tristeza de ver cómo un alma joven, vital, que casi empieza a vivir, desaparece para siempre de la vida de unos familiares y amigos que en silencio tratan de acostumbrarse a esa ausencia palpable que llenaba el aire a su alrededor y dejaba huecos sus corazones.

Desde su llegada a la isla hasta la mañana de ayer, la madre de David no se había separado del cuerpo de su hijo. Finalmente, durante las primeras horas del día, sus hijos lograron enviarla a casa a descansar antes del sepelio. “Está destrozada”, aseguraba Marcos acongojado.

Él, su hermana, su padres y sus tíos continuaron, a pesar del cansancio y de la pena, al pie de su ser querido hasta que a las 16.00 horas partía el coche fúnebre hacia el cementerio de San Lázaro. El ambiente del velatorio era tenso pero calmado, silencioso, con el incienso inundando los pulmones faltos de aire por la angustia, con las flores dando color a la negrura de sus miradas ausentes, cansadas y melancólicas.

A pesar de todo, los familiares de David no reprocharon nada a nadie. Entre conversaciones susurradas sobre lo ocurrido el miércoles en Madrid, divagaciones y teorías en busca de consuelo y explicación a lo inexplicable, sólo se alzaba una palabra por encima del resto: “gracias”.

Gratitud es lo único que sienten los familiares del joven militar hacia las personas que les recibieron y atendieron en Madrid. “Se portaron todo lo bien que podía esperarse, nos sentimos apoyados y acompañados”, recalcaba Marcos Caballero sin rencores y especialmente agradecido a los voluntarios de Spanair.

*Publicado en El Mundo - La Gaceta de Canarias hoy 23 de agosto de 2008.

PD. Mi más sentido pésame a los familiares y amigos de David y mi agradecimiento especial a su hermano Marcos por su paciencia, su comprensión y su entereza.