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lunes, 28 de abril de 2008

Caín y Abel viven en Canarias

Vivir en Gran Canaria siendo tinerfeño, o viceversa, vivir en Tenerife siendo grancanario, es una terapia que recomendaría fervientemente a todos aquellos que a menudo escucho caer en esos repetitivos tópicos insularistas que tan sólo pretenden llevarnos a la disgregación.

Es desde el otro lado del espejo desde el que mejor se ven las virtudes y los defectos en los rostros de cada isla y cómo uno aprende a reconocer las extrañezas de este pleito llamado insular que nos ha acompañado durante nuestra historia reciente. Desde aquí, desde la isla redonda, el Teide se ve mejor que nunca y, con esa misma perspectiva, se aprecia cómo los ciudadanos de mi isla, la de enfrente, se quedan a menudo cegados por la visión del padre volcán y son incapaces de ver más allá del mismo.

Se nota en los medios de comunicación, por ejemplo. Raro es el periódico tinerfeño que presta alguna atención a las noticias que da su isla vecina, la otra capitalina, con la que tantas cosas comparte. Del mismo modo, los medios de comunicación grancanarios poco hablan de lo que se cuece en la isla picuda. Si no es para contestar a los desvaríos de ciertos personajes, o para poner de manifiesto las corruptelas que se destapan en la isla rival, rara es la referencia en los periódicos de Gran Canaria hacia Tenerife.

Asimismo, el que llega, como yo, desde la isla picuda al cosmopolitismo grancanario percibe con extrañeza la ferocidad con la que en este lado del Atlántico se defiende la supremacía de su capital. “Las Palmas de Gran Canaria es más ciudad” te dicen alterados. Y uno, sorprendido, contesta: “pues claro, casi 400.000 habitantes lo atestiguan”. Mientras, los tinerfeños, menos preocupados por la política y más por el folclore, se empeñan en defender ante los grancanarios las virtudes de su carnaval callejero. ¿Y alguien duda que el carnaval de Santa Cruz bulle más por las calles que el de la capital grancanaria?

Desde esta perspectiva se da uno cuenta de cuán fácil es pelarse por nimiedades y lo difícil que resulta colaborar y crecer juntos. Si chicharreros y canariones no se empeñaran en tirarse los trastos a la cabeza y querer ser siempre unos mejores que otros, seguro que tendrían tiempo para analizar qué lleva a los políticos a querer crear en el sur de Tenerife un puerto más grande que el de la Luz, destrozando de paso un hábitat natural que forma parte de los encantos tinerfeños. Igualmente, podrían los ciudadanos preguntarse a qué viene la disputa por los recursos de capitalidad entre dos ciudades, capitalinas las dos, sí, pero que se encuentran a años luz en número de habitantes, servicios, masas sociales y confluencia de etnias.

Cualquier ciudadano del mundo que viera desde fuera la forma de funcionar de estas dos islas vecinas, que tantas cosas comparten y tan poco quieren compartir, no dudaría en afirmar que son el vivo retrato de dos hermanos que enfurruñados se dan la espalda continuamente y que tan sólo se miran a los ojos cuando sus padres (esos políticos que nos crían y nos separan) riñen a uno u a otro con el objeto de ponerlos a pelear. Dos hermanos que, cual Caín y Abel, en vez de ayudarse mutuamente y estar uno al lado del otro para cuando se necesiten, prefieren ponerse la zancadilla a la más mínima oportunidad con tal de ser cada uno el favorito de mamá o de papá.

En resumen, como en casi todo en esta vida, la culpa es de los padres.

lunes, 14 de abril de 2008

¡Hasta siempre, Chema!



Naaaa, na, na, nananá, na, na, naaaa... Naaaa, na, na, nanana, na, na, naaaa. Nanananananá nanana, na, na, naaa...
Así empezaba. ¿La recuerdan? Fue un hito en la infancia de los ochenta. Aquella serie a la que los de mi generación nos enganchábamos cada tarde al llegar a casa, sentados en el suelo del salón, con un bocadillo de nocilla en las manos y los ojos como platos.

Barrio Sésamo, la de aquí, la de Espinete, Don Pinpón, Anita y Chema duró tan sólo tres añitos en antena. De eso me enteré hoy rebuscando en Internet. ¿Quién me lo iba a decir? Si es que cuando uno era pequeño tres años parecían toda una vida. Tanto, que a ninguno de los que crecimos tarareando el nananá cada tarde y esperando ansiosos a que saliera el erizo rosa en la pantalla se nos olvida ni uno solo de los habitantes de aquella divertida calle.

Sólo por eso estoy segura de que el actor Juan Ramón Sánchez, o mejor dicho, Chema el panadero para todos los que lo vivimos, se ha ido con los ojos llenos de sonrisas, las sonrisas de los millones de niños a los que hizo felices cada tarde. Sí, Chema ha muerto. Fallecía el pasado jueves a consecuencia de un fulminante cáncer de pulmón que dejaba viuda a Chelo Vivares, la maravillosa actriz que daba voz y vida a nuestro erizo favorito en aquel programa hecho de verdad para los más pequeños. Un programa con el que los niños de aquellos años aprendíamos, disfrutábamos, nos reíamos y percibíamos imágenes sanas y enriquecedoras para nuestra edad.

¿Acaso a alguno se nos han olvidado las lecciones de Coco? Lejos, cerca, más cerca. ¿Y qué decir de los viajes de Don Pimpón que nos trasportaron, no sólo en el espacio, sino también en el tiempo, a cientos de rincones de la tierra? ¿O quién no se rió con los divertidos diálogos de Epi y Blas? ¿Cuántos se habrán hecho humoristas por ellos? ¿Quién no se comió las galletas a lo loco tirando todas las migas por fuera en imitación al monstruo Triki? Algunos incluso nos hicimos periodistas con la rana Gustavo.

Quizás no tenía la calidad técnica ni los acabados digitales de los dibujos animados de hoy. Quizás los niños de hoy vean un capítulo de los de entonces y, con tanto Internet y tanta tecnología, se aburran como ostras con las historias de Espinete y las canciones de Chema y Anita. Pero, ojalá existieran hoy programas tan educativos y entretenidos como lo fue aquel para nosotros. Y ojalá los niños de hoy puedan recordar el día de mañana a los personajes que hoy conocen por la tele con la misma ternura que nosotros, los de entonces, recordamos hoy a todos los amiguitos de Barrio Sésamo y, especialmente en este triste día, a nuestro amigo Chema el panadero bailarín.

Descansa en paz Juan Ramón. Te llevamos en nuestros corazones.

sábado, 5 de abril de 2008

El morbo del estereotipo

"La mente humana es como un paracaídas, si no se abre, no funciona". Así, rememorando un proverbio chino, comenzaba un reportaje que escribí hace tiempo sobre la situación sociosanitaria de los enfermos mentales en Canarias. Investigar para aquel reportaje me llevó a descubrir la tragedia que es para los enfermos y las familias el estigma que gira alrededor de las enfermedades mentales. Durante aquel trabajo conocí a muchas familias, asociaciones y personas que viven a diario el problema y aprendí que la principal barrera que se encuentran en la vida las personas con alguna enfermedad mental no es dicha enfermedad sino el modo en que la sociedad les cataloga por ella.

Se calcula que unas 250.000 personas sufren en España alguna enfermedad mental de las consideradas graves, a las que se suman un sinfín de dolencias psíquicas y psicológicas de menor grado que llegan a afectar a lo largo de su vida a una de cada cuatro personas. Son cifras suficientes como para que la sociedad comience a entender la enfermedad mental como una más de las muchas que amenazan al hombre, sobre todo teniendo en cuenta que las investigaciones han logrado que cualquier persona que padezca una de estas dolencias, incluso grave, pueda mantener una vida absolutamente normal si sigue las indicaciones médicas y se toma los tratamientos.

Sin embargo, los que la padecen siguen sufriendo a diario el rechazo y el miedo de gran parte de la sociedad, que los margina y discrimina por miedo a sus posibles reacciones. La conciencia general sobre los enfermos mentales sigue siendo que son personas peligrosas, a las que hay que temer, o que no son capaces de valerse por si mismos, por lo que hay que sobreprotegerlos. Parece que no termina de calar en la gente que son precisamente esas actitudes las que llevan a los que padecen algún trastorno psíquico a tratar de negarlo, dejar la medicación y, como consecuencia, no recuperarse.

Los medios de comunicación pública tienen una gran responsabilidad en sus manos para luchar contra estos estereotipos. Sin embargo, en vez de hacerlo, a menudo nos encontramos con que no sólo no luchan contra ellos, sino que por el contrario los fomentan y explotan mediáticamente. Un informativo no destacaría que una persona sufre diabetes si ésta intenta asesinar a otra o comete algún delito, pero sí destacará que padece esquizofrenia, trastorno de la personalidad o cualquier otra dolencia psiquiátrica. Y eso que está demostrado científicamente que una persona con diabetes que tenga una bajada de azúcar puede tener reacciones agresivas.

Aún recuerdo cómo un programa del corazón gravó desde el exterior la ventana del hospital en el que se encontraba ingresada Raquel Mosquera tras sufrir una crisis nerviosa y cómo un supuesto experto había leído sus labios para traducir lo que decía. Fue humillante.

Esta semana, he vuelto a asistir a otro espectáculo lamentable. El primer capítulo de la nueva temporada de La que se avecina, una serie televisiva de Telecinco, presentaba a una persona con un trastorno de personalidad como un ser incapaz de valerse por sí mismo, peligroso, infantil y hasta con algún déficit intelectual. Los ficticios familiares hablaban de la muchacha en cuestión como un lastre, una carga difícil de sobrellevar y de la que querían librarse. La actriz que la interpretada, por su parte, mostraba una visión absolutamente desviada y desvirtuada de una persona con una enfermedad mental, creando una imagen del enfermo que fomenta el miedo y el rechazo en la sociedad.

Es absolutamente vergonzoso que este tipo de visiones contaminadas por la ignorancia se sigan trasmitiendo a través de los medios. Es vergonzoso y creo que debería estar penado por ley. Es un ejemplo más de cómo el sensacionalismo y el morbo se ha apoderado de los medios, principalmente de los televisivos, y de cómo siguen existiendo seres humanos tan faltos de escrúpulos como para aprovecharse y lucrarse de la humillación al prójimo. Si los guionistas, productores y directores de esa serie supieran lo doloroso que es para el enfermo ser rechazado y lo frustante que es para las familias tratar de sacar a flote a una persona con enfermedad mental cuando tienen que luchar contra el estigma social, estoy segura de que no crearían personajes tan a la ligera ni jugarían de un modo tan zafio, vulgar e insensible con un problema que sufren muchas familias de este país.

Valga este texto como protesta y rechazo a esta serie y a todas las que se aprovechen así de las desgracias ajenas.

PD. Iba a vincular cortes del capítulo de la serie, pero eso sólo serviría para darle más publicidad y para contribuir a que se extienda aún más el estereotipo negativo que en ella se muestra.

martes, 1 de abril de 2008

Desastre de casa

Hoy he estado blognavegando por ahí y me he llevado un buen puñado de sorpresas. ¡Existen blogs de casi todo en la blogsfera, señores! Cine, música (cienes y cienes de estos dos), literatura, reflexiones, los ypicomil blogs de pensamientos, de tecnología (¿cómo no?)... Pero hay uno que me ha sorprendido especialmente: Desastredecasa.com. Los que me conocen estoy segura de que no se extrañarán de mi interés por esta bitácora. Pero a mí me ha servido para darme cuenta de que no debo ser la única desastre en el hogar si existe un blog de ayuda a desastrados como yo.

Útil muy útil no sé si será este espacio de Internet. Quizás demasiado sobrio a mi entender y demasiado cargado de anuncios. Pero al menos me ha servido para reflexionar (algo, no demasiado) sobre esto del mantenimiento del domicilio propio. ¡Mi cruz!

Y es que, cuando trabajas entre diez y doce horas diarias como media, además tienes amigos con los que pretendes relacionarte, gestionas tres blogs, una página, un space, una cuenta de neurona, un avatar en Second Life, lees el correo electrónico diariamente, miras dos o tres series de televisión a la semana (a través de Internet, que ya sabéis que no tengo tele) y visitas a tus padres cuando juntas unos cuantos días, ¿me queréis explicar de dónde saca uno tiempo para tener las labores del hogar al día?

Yo no logro descifrarlo. Y al final me veo los domingos (cada dos a veces) con la escoba en la mano mirando a mi alrededor y odiando mi casa: toneladas de ropa por colocar, otra tonelada por lavar, lavadoras por tender, un sin fin de platos en el fregadero, pelos de gata por todas partes, papeles acumulados en las estanterías... ¿Y qué haces?

Pues recoger lo mayor. Al final en eso se suele quedar la limpieza dominguera, en recoger lo mayor. Porque como te pongas a fondo se te va el domingo y no has dormido, ni ido a la playa, ni visitado a los amigos... Y, es que, ¿qué es más importante, la casa o los amigos? Yo tengo muy clara la respuesta. Pero, aún así, las paredes se me caen encima en cuanto pasa un poco de tiempo y la recogida de lo mayor ha dejado de ser efectiva al par de días y vuelve a estar todo a manga por hombro.

¿Soluciones? Contratar una asistenta, comprar un lavavajillas y una secadora... Pero, claro, tampoco está la economía para eso. Al final, se acostumbra uno a vivir con "recoger lo mayor"... Se acostumbra hasta que, (¡oh, cielos!) viene visita. Entonces, señor, la cinta en el pelo, los pantalones cortos y zafarrancho de limpieza apresurada. Si es una amiga, al menos que no te mire con cara de "no cambiarás". Si es tu madre, con que no te deje sorda con los gritos, suficiente. Pero, si es un hombre, madre mía, entonces tiene que quedar la casa como los chorros del oro.

Y luego me pregunto, pero ¿para qué? ¿Si realmente te interesa ese hombre no será mejor que vea desde el primer día cómo te las gastas en casa? ¡Uff! Probablemente, sí, sería lo mejor. Pero en el fondo aún nos dominan los instintos sexistas y el pensamiento femenino de "ahora lo engaño un poco y luego ya lo educo"... Lo mejor es que, a veces, funciona y todo.

;-)