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domingo, 17 de febrero de 2008

H, el blanco del escepticismo

Está claro que este año estamos condenados a vivir sobresaltados entre un acontecimiento y otro. Estábamos aún con los polvorones atragantados en la garganta y tuvimos que ponernos a desempolvar los disfraces para el Carnaval. Ahora, con las brillantinas todavía pegadas debajo de los ojos (señor, lo que cuesta deshacerse de ellas), tenemos que enchufarnos a la tele y a los panfletos electorales para decidir el futuro del país durante los próximos cuatro años. No hay respiro.

¿Y a quién votamos? Esa es la gran pregunta. Con una derecha atrincherada en discursos catastrofistas, que ha decidido extirpar definitivamente todo resquicio de moderación en sus filas con la patada a Gallardón, y cuyo máximo baluarte es un señor titubeante y gangoso que a uno a veces hasta le enternece por sus pocas luces, nos plantamos ante un socialismo que ni frío ni calor, ni grande ni pequeño, y que lo ha hecho bien los últimos cuatro años, a base de no hacerlo demasiado mal.

Lo tenía fácil ZP. Con no marcarse ningún decretazo, ninguna nueva LOU, ni meterse en ninguna guerra ilegal, ya evitaba al menos el cabreo nacional con el que salió del poder su ilustre antecesor. Pero algo más habrá que hacer para gobernar un país. Y eso de sacarse de la manga, como por arte de magia, medidas super chupis para la vivienda de los jóvenes, sin que existan estudios ni baremos en su aplicación, es populista un rato, pero lógico y coherente parece poquito.

Así nos vemos. Ante dos opciones que a cuál de las dos tenerle más miedo. Votar al pobre Rajoy, por su cara de vejete diciendo “yo ez que ezpedo hazedlo mejod y Zapatedo ez malo”; o quedarnos con ^^, como dicen los intelectuales, a pesar de que el hombre, como buen socialista, vaya a salto de mata poniendo parches y remiendos sobre los rotos de este país y esperando que nos quedemos contentos.

Como tercera vía, siempre queda la izquierda. Aunque ésta dejó de ser opción hace tantos años que uno no se acuerda de ella. De hecho es posible que este año obtenga menos votos que el Partido Hache. ¿Y eso qué es? Pues la cuarta en discordia y pujando con fuerza. Resulta realmente preocupante que exista tanta gente de entre 20 y 35 años que se está planteando como una opción real dar su voto a un partido surgido de un programa de televisión y cuyo único fin es reírse a carcajadas de la política de este país.

Si es que, al fin y al cabo, es normal que la gente con un mínimo de escepticismo y de sentido crítico prefiera votar a un partido que le hace reír, porque esa es su única intención, que a cualquier otro que lo consigue sin pretenderlo por su absoluto patetismo o por su falta de argumentos coherentes. Así que no me extrañaría nada que en la próxima legislatura tuviéramos a la mismísima Eva Hache sentada en un escaño del Parlamento.

Así debería ser, para dar un bofetón sin manos a los que pretenden hacernos creer que quieren arreglar el mundo cuando a leguas se huele que su única intención es arreglar su bolsillo y sus ansias de poder. Si los políticos tuvieran un poco de sentido de la autocrítica, quizás esa sería una buena lección a aprender, quizás entonces realmente se planteen que el sistema electoral de este país ya no convence, ya no interesa y a menudo, más que cabrear, aburre.

Claro, que para eso debe haber sentido de la autocrítica, como hemos dicho, y no es esa precisamente una cualidad adjudicable al político medio español.

En cualquier caso, todo amante de la ironía y también de la literatura disfrutaría mucho al ver a Saramago convertido en visionario mientras se hace en realidad, con el Partido Hache en forma de voto en blanco, su Ensayo sobre la Lucidez.