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martes, 30 de octubre de 2007

Momo, no te entiendo

Ayer salió al fin a la luz la esperada entrevista aJerónimo Saavedra, alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, en la revista 'Interviú'. He de reconocer que me he reído bastante con los arranques tanto del periodista como del alcalde y, quizás, incluso más con el periodista que con el alcalde y ya es difícil, que de todos es sabido la gracia que se gasta el señor Momo.

Sin embargo, hay algo que sigo sin comprender: su rechazo a la Ley de Memoria Histórica. Y no es por el hecho de que vaya en contra de las directrices que marca su partido (PSOE) a nivel nacional, que eso me parece hasta valiente y honrado, sino porque no comprendo que un hombre liberal y comprometido como lo es él se posicione en un lugar que puede resultar bastante insensible para los que aún conservan heridas abiertas de la época franquista.

Para explicarse, afirma que "son capítulos que se cerraron en la transición y en la legislatura constituyente". Con éste es el segundo discurso en menos de cuatro días que escucho en boca del alcalde y que me recuerda sorprendentemente a los enarbolados por el Partido Popular. A lo dicho añade que "habiendo como ha habido manifestaciones tan crispadas, a lo mejor le estamos dando argumentos a la extrema derecha, heredera de la extrema derecha franquista, para que vuelva a las andadas. Y predicadores no faltan, aunque no lleven sotana", y ya me deja k.o.

¡Pero, bueno! ¿Qué quiere decir señor Saavedra? ¿Debemos entonces sucumbir al miedo antes de defender aquello en lo que creemos? Dudo mucho que fuera esa su perspectiva de la política cuando participó en la Transición española.

Desde siempre he presumido de no ser partidaria de partido alguno (valga la redundancia) y las ideologías tomadas con estrechez me parecen tan peligrosas como las mismas sectas. Pero, por una vez y sin que sirva de precedente debo posicionarme y me posiciono a favor de su partido y en contra de sus palabras.

No hace mucho leí en una entrevista al juez Garzón, publicada por El País, cómo el magistrado reclamaba un juicio póstumo a Francisco Franco por delitos contra la humanidad. Eso es lo justo. Los países civilizados rechazan la memoria de los dictadores. No creo que a un sólo alemán se le ocurriese la idea de que una de las calles de Berlín lleve el nombre de Hitler o de alguno de sus secuaces (a no ser a los famosos skin heads que tienen la cabeza tan vacía como sin pelo). Y hasta al mismo Pinochet están a ver por dónde lo consiguen trincar.

Sin embargo, en España tenemos que soportar cómo aún hay gente que se enerva ante la idea de que se retire la estatua de Franco de una plaza cualquiera, o asistimos a aseveraciones como que crear una ley para reconocer y compensar las pérdidas sufridas por millones de personas durante la guerra y la dictadura es un modo de dividir España.

Le doy la razón, sí, señor Momo, en eso de que predicadores nunca faltan y en que la extrema derecha de este país ha sacado todo su armamento demagógico a la calle con el debate de esta ley. Pero, ni creo que ese sea motivo suficiente para dejar sin derechos a los que se les fue arrebatado sin motivo, ni para mantener imágenes y nombres de asesinos de guerra y de un dictador sanguinario en las calles y parques de nuestro país; ni considero que la forma de aplacar las embestidas de los fanáticos sea callar y agachar la cabeza.

Gracias a (no digo a Dios porque no sería lógico) la democracia, la gran mayoría de los jóvenes de este país conocen y rechazan el discurso de la extrema derecha. Usted mismo lo mantenía en su entrevista, afirmando que "espero que el mismo miedo que provocan las actitudes extremistas del PP conducirá a la gente joven a las urnas a defender la conquista de derechos que hemos tenido".

En ese caso, ¿qué tiene de malo quitar a Franco de nuestras calles? ¿qué tiene de destructor ayudar a quienes perdieron a sus familiares durante la guerra y la dictadura a encontrarlos? ¿Que en la guerra también murieron y desaparecieron muchos falangistas? Sí, de acuerdo, busquémolos también, por eso no hay problema. Pero la guerra duró tres años, la dictadura casi 40. Y si los que perdieron a su familia en la guerra estando en el bando franquista tienen derecho a reclamar ayuda, con los mismos o más motivos lo tienen aquellos que durante 40 años sufrieron encierros, coacción e injusticia.

Me parece muy sorprendente que Jerónimo, hombre culto, moderno, liberal y homosexual, rechace tan a la ligera, poniendo como escusa el miedo, una ley que pretende resarcir a miles de personas de este país que, como probablemente le ocurrió a él mismo por su condición sexual, tuvieron que vivir en el silencio y la amargura o enfrentarse a la cárcel o la muerte, simplemente por pensar o actuar de un modo contrario a un tirano.

No te entiendo, Momo, no te entiendo.

miércoles, 24 de octubre de 2007

Monos de chaqueta

Hoy publicaba 2ominutos.es la noticia de que un hombre en Barcelona ha sido multado por pasearse desnudo por la calle. Y digo yo, ¿qué hay de malo en andar desnudo? Voy a ahorrarme decir esas cosas de que estamos en el siglo XXI y del cambio en los conceptos morales y voy a hablar simplemente a través de la lógica.

Somos animales, no porque seamos unos bestias (que lo somos, unos más que otros, pero en general todos), sino porque así lo dicen los científicos. Y los animales van desnudos (excepto los pobres caniches de jubiladas aburridas que se dedican a vestir con jersey a sus pobres animalillos). Somos la única especie sobre la tierra que siente pudor y vergüenza de sí misma, cuando no hay nada más natural y normal que nuestro propio cuerpo. Y de eso tienen la culpa las religiones, que a lo largo de los siglos nos han convertido en monos con chaqueta y maletín.

Al mundo venimos desnudos y yo entiendo que con la pérdida paulatina de vello que ha sufrido la raza humana, sobre todo seguramente por esa manía de vestirnos, en invierno hace demasiado frío para ir con todo al aire. También entiendo que con los modelitos que nos sacan las firmas de ropa, una no se puede resistir a ir a la última. Pero, de ahí a que sea delito mostrarnos tal y como somos...

El mismo debate se abrió hace poco en Las Palmas de Gran Canaria. Esta ciudad cuenta con una de las playas urbanas más fabulosas de Europa, si no la mejor, y un grupo de naturistas saltó a la palestra recientemente por su reivindicación de tener un espacio propio en la capital grancanaria para practicar el nudismo.

El concejal de Playas de la ciudad, Héctor Núñez, un chavalito joven y muy moderno, al conocer la reivindicación aseguró públicamente no descartar la opción de habilitar un espacio de la principal playa capitalina para el disfrute de estos ciudadanos.

Pues se montó la gorda. El Partido Popular, en la oposición de este Ayuntamiento desde su fracaso en las últimas elecciones municipales, puso el grito en el cielo y foros de Internet, como el conocido por estas tierras 'miplayadelascanteras.com', se llenaron de quejas de ciudadanos por las declaraciones del joven edil socialista.

Y digo yo, ¿por qué? Porque a mí el rollo ese de que hay niños y del respeto no me cuadra, sinceramente. ¿Acaso piensan que es perjudicial para un niño ver un cuerpo desnudo? ¿Se creen que les va a causar un trauma? ¿Y qué falta de respeto hay en mostrar el cuerpo humano?

Falta de respeto es insultar, es censurar, coaccionar o prohibir actitudes que no atentan contra nadie. Pero, ir desnudo es simplemente lo que marca la naturaleza y ver una persona como vino al mundo no produce ni escozor, ni cáncer de ojos, ni atrofia cerebral (esa ya la tienen muchos sin necesidad de ver nada).

Lo que ocurre es que la falsedad y la doble moral impera en el mundo, y más que en ningún otro, en este país. Parece mentira que después de los años que han pasado, de lo que nos ha costado ser "europeos", todavía tengamos mentalidad de abuela. La libertad con respeto es la máxima expresión de la sociedad moderna y civilizada. Pero, el respeto y el civismo no tienen nada que ver con las normas arcaicas impuestas por religiones esclavizantes a lo largo de la historia.

La desnudez es natural, es sana y es incluso deseable. El ser humano debe crecer conociéndose y conociendo al prójimo, pues nada como eso le librará de los prejuicios, los complejos y la falta de autoestima. Y prohibirla, censurarla y sancionarla es cercenar los derechos individuales de los hombres sin razón lógica alguna.

domingo, 21 de octubre de 2007

Hasta siempre, Juan Antonio


Las ondas radiofónicas se llenaron anoche de duelo para despedir al que ha sido durante largos años el mago de las madrugadas y un referente de la cultura, del periodismo y de la historia de nuestro país. El periodista y escritor Juan Antonio Cebrián fallecía ayer de un infarto inesperado a sus 41 años, dejando huérfanos a miles de radioyentes que esperaban la llegada de su programa cada fin de semana para disfrutar de su voz magistral y de sus historias llenas de magia en La Rosa de los Vientos.

Hace unos minutos me ha llamado uno de esos fieles radioyentes, uno de tantos que he conocido en los últimos años y que, como yo misma, disfrutaban con admiración del talento de un ser especial y único. Hoy es un día negro para el periodismo y para la radio, sin lugar a dudas.

Aún recuerdo la primera vez que escuché la voz de Cebrián a través de las ondas. Fue hace a penas unos seis años, cuando aún su programa era diario. Recuerdo su descripción de la historia de Juana de Arco y cómo me maravilló la profusión de detalles que era capaz de aportar. Hablaba como si él mismo lo hubiera visto y vivido. Curiosa sensación producida por alguien que era invidente.

Sí, invidente. Fue algo de lo que me enteré años más tarde, cuando trabajando en Albacete tuve la suerte de cruzarme con un buen amigo suyo de la infancia que me contó ese detalle que para muchos seguidores del periodista que he conocido ha sido tan sorprendente como lo fue para mí. Siempre me pregunté cómo era capaz de dar tal profusión de detalles, de otorgar colorido, movimiento, realidad, a sus relatos, a la historia, si con sus ojos no era capaz de ver siquiera el presente.

Pero, ahí radica la magia del talento. La capacidad de contar, el haber nacido para contar incluso lo que no se puede ver como si se hubiera vivido. Ahí radicaba su poder, porque no hay ojos al otro lado de las ondas, por que no hay luz ni color en la radio, tan sólo el sonido, el sonido de su voz llevándonos con él a mundos extraños y maravillosos.

Del mismo modo, sus libros, sus fantásticos Pasajes de la Historia eran capaces de trasladarnos a las mismísimas calles de la Roma imperial, a los campos de batalla, al dormitorio de los reyes, haciéndonos sentir que veíamos con nuestros propios ojos cada una de las escenas que narraba. Aún cuando él siquiera podía ver el mundo que le rodeaba. Al menos, no con la vista, aunque sin duda sí con el corazón. Y es que, Cebrián siempre pudo ver mucho más allá de lo descubierto con los ojos.

Era un espíritu único, una mente privilegiada, un ser especial que hoy nos ha abandonado para siempre. Resulta duro pensar que nunca más volveremos a oír su voz abrazando las horas en la madrugada. Sin embargo, todos los que disfrutamos de él sabemos que no ha muerto, que no morirá nunca mientras perdure en nuestro recuerdo su voz, sus palabras y cómo nos hacía soñar con ellas.

Valgan estas palabras para dar desde aquí mi más sentido pésame tanto a su familia y amigos, como a la gran familia de la radio que hoy queda huérfana de historias.

Que en paz descanses, Juan Antonio.

sábado, 20 de octubre de 2007

Pobres hijos

El otro día lo comentaba con mi madre: pertenezco a una generación de hijos que seremos más pobres que nuestros padres. Y no es que mis padres estén forrados, créanme. Pero, echando un poco la vista atrás, pienso en el lugar del que partieron mis padres y el lugar al que han llegado y estoy convencida de que hoy en día sería imposible conseguir lo poco que ellos han conseguido en la vida.

Mis padres casi no estudiaron: el instituto, algún cursillo y poco más. Empezaron a trabajar muy jóvenes, como simples asalariados. Sueldos base que, en aquella época rondaban, como mucho, las cien mil pesetas (600 eurillos de los de ahora). Y con eso y todo, lograron tener su casa, amueblarla, comprarse dos coches y, años después, hasta meterse en un pisito de veraneo.

Hoy por hoy, los nombrados "sueldos base" ¿en cuanto están?. Algunos, os lo digo yo, siguen en esos 600 euros. Pero, seamos menos drásticos y hablemos del tan conocido mileurista de hoy en día. 1.000 euros al mes. Una pareja joven, preparada y con estudios, que si no no hay tu tía, en la que los dos tenga ese sueldo: 2.000 entre los dos tienen que alcanzar para pagar una hipoteca que, tal y como anda hoy el precio de la vivienda, sale por 1.000 al menos. Y hablamos de un pisito normal, dos habitaciones, salón y cocina en un barrio modesto de cualquier ciudad.

1.000 euros al mes durante cuarenta años para pagar la hipoteca con sueldos que a penas suben un 1 o 2 por ciento anual. Además, pagando agua, luz, teléfono, gasolina, impuestos por el/los coches, seguros y comida, porque hay que comer, amigos. Luego vienen los hijos y, si nos fiamos al menos de las estimaciones hechas por los jueces que imponen cargas de manutención por ahí, un hijo cuesta unos 200 euros al mes (yo diría que es más, pero fiémonos de la justicia).

Sumen ustedes porque yo soy de letras y no me salen las cuentas, la verdad. Pero yo diría que esta pareja prototípica acabaría viviendo debajo de un puente con sus churumbeles. Y ya no digamos si alguno de los dos corre con la mala suerte de quedarse sin trabajo...

En definitiva. Parece mentira, pero los hijos del franquismo tuvieron la oportunidad de hacerse con una estabilidad económica, una familia y un hogar acogedor - dos coches, perro, vacaciones en la playa o en la sierra -, mientras los hijos de la democracia vemos para nuestro futuro un cinturón al que no le caben ya más agujeros para apretárnoslo un poco más. En libertad, eso sí, pero muertos de hambre...

jueves, 11 de octubre de 2007

La culpa es de Babel

Hace demasiado tiempo que, por motivos laborales, tengo abandonadas estas cartas de ajuste y hay muchos temas que me hubiera gustado ajustar y se han quedado en el tintero. Pero bueno, hoy voy a ceñirme a lo más reciente.

Acabo de llegar de Barcelona, de unas fugaces aunque intensas vacaciones. Allí me he quedado maravillada con la arquitectura de una ciudad que, además, funciona como una máquina bien engrasada, en la que sus calles limpias, su tráfico fluido y su civismo general, quedan enmarcados por la majestuosa originalidad de sus edificios llenos de coloridos y de formas sinuosas, sus amplios parques y plazas y su arboleda constante recorriendo calles, paseos y avenidas.

A todo ello, nada que objetar: no cabe duda de que los catalanes son únicos en las gestión de sus recursos.

Sin embargo hay una cosa ajustable en Cataluña: el idioma. Es una discusión vieja, lo sé. Pero, tan vigente como la desigualdad que provoca.

Yo no tengo nada en contra del nacionalismo catalán, al menos de entrada, ni de ningún nacionalismo bien entendido (aunque considero que en los extremos se sitúa siempre el peligro). Pero, en el caso del idioma en Cataluña, creo, con perdón, que se pasan tres pueblos.

No es posible que yo viaje dentro de mi país y tenga que matarme a descifrar lo que dicen los carteles de cada esquina. Catalán, sí, pero en convivencia. Cuidar el idioma, respetarlo, fomentarlo y transmitirlo está muy requetebien y es muy loable. Pero, imponerlo, no sólo es un abuso sino que resulta contraproducente.

La letra con sangre ya no entra como antaño. Y eso de que un catalán tenga en cualquier parte del país las mismas oportunidades que el resto de los españoles, tanto para estudiar como para trabajar o relacionarse, mientras que un ciudadano de cualquier punto de España se tropieza en Cataluña con el muro del idioma para acceder a estudios o puestos de trabajo, no sólo es discriminatorio, sino que es insolidario, oportunista y crea el efecto contrario al que (supongo) busca el gobierno catalán con las medidas adoptadas en este sentido, esto es, fomentar el habla de dicho idioma, provocando por contra rechazo y hasta hastío.

No es justo que uno se sienta extranjero en su país. Por mí, que quemen todos los retratos del rey que tengan a bien, que reclamen todas las competencias del estado que consideren oportunas, que sigan gestionando, tan bien como lo hacen, sus pueblos y ciudades, y que hablen en catalán si quieren, todo lo que quieran y cuando quieran, pero que no obliguen a los recién llegados a hacerlo o morir en la incomprensión y la falta de oportunidades. Solidaridad con el pueblo catalán, sí, sí, toda la del mundo, como si se quieren independizar, ahí estaré yo para apoyarles si hace falta, pero mientras no lo hagan, el resto de los españoles merecemos en su tierra el mismo respeto y las mismas facilidades que ellos consiguen en cualquier otro punto del país.

Y, si no, voy a reclamar que se establezca el guanche como idioma oficial de Canarias y a ver quién sale perdiendo, ¡ea!