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jueves, 13 de septiembre de 2007

¿El ciudadano nace o se hace?

El hombre es un animal a dos patas hasta que se demuestre lo contrario. Y, para colmo, es un animal egoísta, caprichoso y parasitario. Si al nacer nos dejaran sueltos en una selva con agua y comida para sobrevivir, estoy segura de que al crecer no tendríamos nada que ver ni con el bueno de Tarzán ni con el niño de la selva. Seríamos más bien una especie de hiena erguida, sanguinarios y traicioneros. ¿Exagero? A lo mejor, pero yo es que soy de la escuela de Hobbes.

El caso es que los seres humanos nos comportamos porque es necesario para nuestra propia supervivencia. Necesitamos llevarnos bien con el de enfrente no sea que le necesitemos y no sea que nos mate. Por eso existen las civilizaciones y por eso las reglas de éstas.

Hace unos días, Jerónimo Saavedra, actual alcalde de Las Palmas de Gran Canaria y exministro del último coletazo felipista, comentaba en una rueda de prensa que esta ciudad necesita más que ninguna la asignatura de Educación para la Ciudadanía, criticando así la decisión del Gobierno de Canarias de que esta asignatura no se imparta en las islas.

Yo no creo que Las Palmas de Gran Canaria sea precisamente una ciudad especialmente necesitada de civismo ciudadano. En realidad creo que, en comparación con otras ciudades de España, ésta es una ciudad bastante civilizadita. Pero, aún así, comparto el cabreo del alcalde porque el Gobierno de Canarias vete la asignatura en el Archipiélago.

Y es que, el motivo de tal decisión, por mucho que inventen, es político. La alianza PP-CC ha tenido que seguir los mandatos del PP central. Unos mandatos y una decisión que, a mi juicio, poco tiene que ver con las convicciones ideológicas del partido y más con la batalla por desestabilizar al Gobierno nacional a base de confundir a la gente.

De la bendita asignatura Educación para la Ciudadanía se ha dicho de todo. Desde que iban a enseñar a los niños a tener relaciones sexuales hasta que va en contra de los dogmas de la religión católica.

Por lo que he podido informarme hasta ahora, la materia en realidad trata de aunar lo que han sido hasta ahora las clases de ética con nociones básicas de derecho constitucional y de cultura general sobre democracia y civismo. Mezcla que, sinceramente, me parece muy apropiada y necesaria en la sociedad que vivimos.

Hace algunas semanas, en una de estas conversaciones que se tienen entre copa y copa con los amigos, comentábamos que resulta realmente impresionante como las generaciones nacidas tan sólo unos cinco o seis años después de la nuestra (los muchachitos de los ochenta) no tienen la menor idea de cómo funciona el gobierno, por qué hay qué votar, qué votan en cada momento o para qué sirve.

Hoy por hoy, preguntar a un chaval de entre 18 y 22 años la diferencia entre el Senado y el Congreso puede dejarlos estupefactos. No tienen la menor idea. Igual que no conocen cuales son sus derechos básicos o sus deberes. Y, claro, así vamos.

He podido leer en algunos foros y artículos de opinión voces que consideran que esta ignorancia se debe a que tenemos una democracia muy joven. No les quito razón en que la democracia es joven. Pero, sí recuerdo que mis padres, por el simple hecho de lo que les costó conseguirlo, saben a la perfección los pormenores que rodean a la democracia y, al menos a los niños de mi quinta, no dudaron en contárnoslos con pelos y señales.

El problema son los que han venido después. Hijos de padres que ya no vivieron tanto esa época mágica de la transición, de padres que se ven más metidos en el sistema de trabajar a destajo para sobrevivir en el que se ha hundido el país desde hace algunos años y que tienen menos tiempo para dedicarse a contarles batallitas políticas a sus hijos.

Y para sustituir esas batallitas, en el sistema educativo hasta ahora no ha habido nada. Hasta que el PSOE lo ha propuesto. No por merito propio, claro que no, sino siguiendo los modelos que ya se habían instaurado en Europa en este campo.

Y yo me pregunto, ¿dónde está el problema?

Me leo los contenidos y criterios de evaluación que se han establecido sobre la materia y ¡eureka! Con la iglesia hemos topado.

Bloque 2. Relaciones interpersonales y participación

  • Autonomía personal y relaciones interpersonales. Afectos y emociones.
  • Las relaciones humanas: relaciones entre hombres y mujeres y relaciones intergeneracionales. La familia en el marco de la Constitución española. El desarrollo de actitudes no violentas en la convivencia diaria.
  • Cuidado de las personas dependientes. Ayuda a compañeros o personas y colectivos en situación desfavorecida.
  • Valoración crítica de la división social y sexual del trabajo y de los prejuicios sociales racistas, xenófobos, antisemitas, sexistas y homófobos.
  • La participación en el centro educativo y en actividades sociales que contribuyan a posibilitar una sociedad justa y solidaria.

Ese es el punto negro de la bendita asignatura. El punto en el que se mete con las relaciones entre hombres y mujeres o trabaja en contra de las actitudes homófobas. Y claro, ¿cómo puede el Partido Popular, con los apoyos que recibe de la iglesia, acceder a una asignatura que incluya este tipo de materias?. Aunque dichas materias no vayan en contra de moral alguna (al menos de moral justificable alguna) y, por supuesto, aunque existan cuatro bloques más en la asignatura que tratan materias tan importantes como los derechos y deberes de los ciudadanos o el significado y funcionamiento del estado de derecho.

Llegados a este punto, me reafirmo en lo que he dicho siempre, no me caso con grupo político alguno, pero no puedo evitar darme cuenta, como se dan cuenta muchos de esos amigos míos de los ochenta, de cervezas y charlas profundas, de que la polarización de la derecha en España está perjudicando gravemente a la democracia y, sobre todo, al progreso de estos animales de dos patas hacia la condición de ciudadanos de mente lúcida.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Cosas de los pueblos

Yo no tengo televisor en casa, ¿para qué si normalmente no llego a tiempo ni de ver la carta de ajuste? De ahí el nombre de este blog, claro que hoy por hoy ya no hay carta de ajuste. La han sustituido por los concursos telefónicos estos que parece que están hechos por tontos, pero que en realidad son para estafar a los tontos que se lo creen. Total, que normalmente no veo la televisión. Pero, estos días que estoy de visita en casa de una tía mía con televisión por cable (¡qué invento el cable, oye!), he sucumbido a la tentación y algo he visto.

El otro día, haciendo zapping, me encontré con un programa nuevo. Bueno, nuevo para mí, que al igual llevan meses echándolo. Era un programa tipo 'España directo' pero más de cotilleo. Total, que salió la María Teresa Campos, que al parecer tiene un programa nuevo en la radio, y estaba comentando que va a salir una noticia "muy importante y que nunca ha pasado antes en este país" en las revistas de los próximos meses.

Allí empezaron a divagar sobre que posiblemente se trataba de la separación de Marichalar y la infanta Elena y yo, que para estas cosas siempre tiro de mi amiga Marisa, que es la que se entera de todo, la llamé para preguntarle si sabía algo. Ella me dijo que no sabía porque llevaba días sin ir a la redacción y no se había enterado, pero que en cuanto supiera me lo contaba. Luego se me olvidó preguntarle, la verdad.

Luego me quedé pensando qué carajo me importará a mí si se separan o no se separan. Si es que al final todos sucumbimos al embrujo de la prensa rosa. Total que, luego, siguieron sacando cosas y le tocó a la princesa Letizia. Contaban que en su pueblo natal le habían puesto un paseo con un monolito desde hace mucho tiempo y que la muchacha no había ido a inaugurarlo y que el pueblo estaba muy enfadado. Que digo yo que la chica no habrá tenido tiempo, tampoco es para ponerse así. Pero, ellos venga a darle vueltas, que si "hay que ver", que "cómo es posible que falte así al respeto a sus paisanos".

Y yo me sentí identificada la verdad. Y es que, cuando uno se va de su pueblo, por lo general lo hace para siempre. Es ley de vida. Una vez, durante una entrevista, Joaquín Sabina me dijo una frase de Freud que se me quedó grabada como una gran verdad: "uno tiene que matar a su padre y a su pueblo". Yo lo hice.

Y cuando lo haces, no es que ya no quieras a tu pueblo, ni que no te acuerdes de él, pero las cosas cambian, el tiempo pasa y cada vez una se siente menos de allí. Yo, cuando vuelvo a mi pueblo de visita (muy de cuando en cuando, la verdad) me siento como si estuviera viendo el escenario de una película de los ochenta. Todo sigue exactamente igual que entonces: las calles, los árboles, hasta las ancianas sentadas en el banco delante de la iglesia, que son las mismas y tienen las mismas arrugas (yo empiezo a pensar que son de cera y forman parte del mobiliario urbano).

Pero, lo agobiante es que la gente te mira. Tú no conoces a nadie, pero todo el mundo te conoce a ti, todo el mundo se acuerda de tu cara por muchos años que hayan pasado. Vas por la calle y, de repente, te para una vieja y te dice "uy, mi niña, ¡cuánto tiempo!" y empieza a preguntarte que si por tu madre, que si por tu padre, por lo que estudiaste, por el trabajo. Y tú venga a mirarla y ni idea, no consigues saber quien es. Pero, ella sí. Sabe perfectamente quien eres, quienes son tus padres, qué estudiaste, dónde, tu profesión, todo. ¡Da hasta miedo!

Y, claro, así ¿a quién le dan ganas de aparecer por allí? Total, que al final nunca vas y, si vas, intentas salir lo menos posible de la casa de tus padres para que no te vean. Porque, si sales, siempre te encuentras con algún listillo que te dice, "claro, como ya has renunciado a tus raíces, con lo que te queremos en el pueblo". Y tú lo miras y piensas: "Pero, tendrá cara, si éste era el que me pegaba chicles en el pelo en el patio del colegio".

Y es que, cuando uno crece y sale y más si tiene una profesión medianamente pública, parece que está en la obligación de abanderar a su pueblo y a su gente y de adorarla por sobre todas las cosas y, si no, es que eres un desagradecido. Eso sí, nadie se acuerda de cuando tenías siete años y te llamaban "pocas pecas", o de cuando a los 15 cuchicheaban sobre los ligues que tenías o dejabas de tener y le iban con el cuento a tu padre de con quien ibas o no. Entonces decían que eras una imbécil o una estirada o una listilla o vete tú a saber y se atrevían a vaticinar que acabarías trabajando en un supermercado o hasta metiéndote a puta.

Pero, claro, ahora no. Ahora te ven que has hecho algo con tu vida, en el caso de Letizia, más que algo, y te ponen una calle y un monolito y, si una no puede pasar por allí a inaugurarlo, o no quiere, o no le da la gana, pues es que eres una desagradecida que reniegas de tu pueblo y de tu gente. Si es que manda narices...

martes, 4 de septiembre de 2007

¿Todo por la pasta?

Ayer tuve una discusión con mi amiga Marisa. No una de esas discusiones de "no me hables más", sino de las que nos gustan a nosotras, las filosóficas. Fue a cuenta de mi último post. Después de leerlo me dijo, "muy bien, superada la segunda fase, es decir, la de incredulidad política, cuando ya te has dado cuenta que es una mentira de cojones y que aquí cada uno va a lo suyo, una debe de optar por tomar uno de los dos caminos posibles: o pasas y que les den por culo, que al final sólo le dan por el culo a uno mismo; o te subes al burro de la política" [perdón por los tacos, es que Marisa es muy mal hablada].

Yo no me podía creer lo que me estaba diciendo. "¿Subirme al burro de la política?", le dije yo, "vamos, ¡ni muerta!". Pero, ella insistía, "no seas tonta, mujer, tú lo tienes fácil, que te hagan concejala de Medio Ambiente o algo así, que todo el que puede lo hace". "Jamás", le contesté, "la independencia es lo que me hace libre, es una cuestión de principios, igual que no hago periodismo del corazón". "Vale, la cosa es meterte conmigo", me contestó Marisa.

Y es que, Marisa es periodista del corazón, aunque yo la quiero igual. Y no es que quisiera meterme con ella, pero lo que le dije es verdad. Meterme yo en política sería igual que meterme a hacer corazón, es decir, terminar con mis principios.

Son dos profesiones muy respetables, que no digo yo que no, pero una tiene unas convicciones y de ahí no la sacan. Las mías vienen por lo profesional, para bien o para mal soy adicta al trabajo, ¿qué le voy a hacer? Y claro, lo de meterme en un partido rompería con la primera regla ética del periodismo, la independencia, y lo de meterme a corazón, rompería con todas, la verdad (lo siento, Marisa...).

Que no digo yo que no sea ético ser periodista del corazón, porque dentro de este periodismo también hay modos y modos de trabajar, de hecho mi amiga dice que a ella le gusta por eso de descubrir lo que tratan de ocultar, de destapar la verdad y todo eso. Que digo yo, que podía haberse dedicado mejor al periodismo de investigación. Pero, claro, no se gana lo mismo...

Y es que, al final, ahí radica todo. Yo creo que la sociedad está demasiado obsesionada con el dinero. Un buen sueldo, casa, coche, perro... ¡Qué agobio, por dios! Que no digo que yo no quiera tener todo eso también, pero tampoco es cuestión de conseguirlo a cualquier precio.

Pero, claro, eso también son formas de ver el mundo, cada uno con la suya. La mayoría de la gente ve el trabajo como una parte horrible pero necesaria en su vida para subsistir. Yo no puedo. He vivido así, por supuesto, porque en esta vida hay que hacer de todo para salir adelante. Pero, mi meta siempre ha sido disfrutar con el trabajo, convertirlo en una forma más de vida. Y lo voy consiguiendo, la verdad.

Que podría trabajar en corazón y ganar cuatro veces más, pues sí, o meterme a política y a ver si me retiro, pues también, y además tendría cuatro veces menos quebraderos de cabeza, seguro. Pero, ¿y la satisfacción de levantarte por la mañana ilusionada con lo que te depara el día y acostarte por la noche con la sonrisa en la cara por lo bien que te ha ido hoy? Eso no hay dinero que lo pague, amigos.

El ser político

Acaba de llamarme mi amigo Carlos, el argentino de ayer, sí, para decirme muy contento que "por fin" ha ganado el socialismo en Santa Fe. "Ah", le dije yo extrañada, porque la verdad no entendía a qué venía tanto revuelo. Luego me explicó que el socialismo llevaba sin gobernar en esta región argentina desde hacía 21 años, que siempre había ganado el peronismo. Y yo, "ah, pues muy bien", le dije, suponiendo que su alegría se debía a que este partido traería ciertas mejoras para esa zona del país y a que estaba ilusionado por el cambio. "Los cambios siempre son buenos", le dije yo.

La sorpresa vino cuando, a continuación, me dijo: "sí, es que mi papá es muy amigo de los socialistas y eso significa que voy a conseguir un trabajo del estado para toda la vida". Estupefacta me dejó. "Pero, bueno, chico, ¡o sea a que a ti lo único que te interesa es que te enchufen de funcionario!", le dije indignada. "Pero, boluda, ¿vos sabés lo que es trabajar para el estado? ¡De ahí ya no te mueven ni muerto!". "¿Y si ese trabajo te lo hubieran dado los peronistas?", le pregunté. "Y, bueno", me contestó, "si mi papá tuviera amigos peronistas hubiera preferido que ganaran ellos, obvio".

¡Qué decepción! No le dije nada más, la verdad, ¿para qué? Pero, la historia me dejó pensando. ¿No será esa misma la idea que tengan los militantes de los partidos de aquí de España? ¿Por qué se afilia uno a un partido político? Es una pregunta que suelo hacer a los concejales que me toca entrevistar de vez en cuando. Todos te contestan cosas muy bonitas: "me afilié en la época franquista para luchar contra la dictadura", dicen unos; "la política es parte de la vida", afirman otros; "las cosas hay que cambiarlas desde dentro", explican los más activistas; "siempre tuve vocación de servicio ciudadano", aseguran los más humildes...

Seguro que algunos lo dicen sinceramente, pero seguro que también hay muchos que piensan como mi amigo el argentino, ser político = facilidades laborales. Y es que, en el fondo, ¿no lo vemos a diario? Yo me suelo quedar boquiabierta cuando veo a los políticos tirarse los trastos a la cabeza por la más mínima chorrada.

Basta fijarse un poquito para darse cuenta. Da igual quién gobierne y quién esté en la oposición: el que está abajo siempre busca estar arriba a toda costa. Y, algunos dirán, "claro, porque creen que su programa de gobierno es el mejor". Y yo digo, muy bien, pero entonces, ¿por qué cuando llegan al gobierno acaban haciendo exactamente lo mismo que criticaban de los otros cuando estaban abajo? Porque eso pasar, pasa, sólo basta tirar de hemeroteca para comprobarlo.

Y, al final, lo de siempre, el idealismo acaba hecho jirones por el ansia de poder y los que pensábamos que la política era el arma para cambiar el mundo y soñamos con la lucha común por el bienestar, nos miramos en el espejo y nos damos cuenta de lo pringados que somos, mientras los más listos aprovechan la ocasión para sacar beneficios de todo lo beneficiable.

¡Qué asco!

lunes, 3 de septiembre de 2007

Mi amigo Carlos

Ayer me llamó un amigo argentino al que hacía muchísimos años que no escuchaba. Me llamó para contarme que está en España, que ha vuelto. Él va de distinto, de que no es como todos los argentinos, como todos los argentinos, vamos. Y, bueno, un poco distinto sí que es, al menos en la parte económica. Su familia no está del todo mal situada. Pero, de resto, como todos. Suena mal, ¿no?

Pues, no. Yo no soy ni racista, ni xenófoba. Pero, eso de que los estereotipos están desajustados, lo siento, pero no lo comparto. Yo creo que todos, incluidos tú y yo, por el hecho de haber nacido en un lugar, compartimos una serie de características que, nos fastidie o no, nos identifica en cualquier parte del mundo.

Cada persona es un mundo. Sí. Estoy de acuerdo. Pero, ese mundo comparte muchos rasgos con el mundo que les rodea. Entra dentro de la lógica. Si uno nace en un lugar en el que la gente se comporta de una determinada manera, vive de una determinada manera, por mucho que luchemos contra ello, inevitablemente quedará algo de eso en nosotros.

Así que, sí. Los catalanes suelen ser peseteros, unos más otros menos, pero algo cala en todos ellos desde pequeños porque su sociedad se comporta de una determinada manera y uno crece acostumbrado a ese comportamiento y viéndolo como normal. Lo mismo los andaluces, que son muy graciosos pero muy falsos, pues habrá unos que sí y habrá otros que no, pero al final, sí, porque si creces capeando la falsedad con gracia a tu alrededor, algo de eso se te tiene que pegar.

¿Y los canarios estamos aplatanados? Pues oye, sí. Porque uno crece viendo que si se escapa la guagua ya vendrá otra y, si no viene, pues bueno, hacemos dedo; porque eso de correr con este clima que tenemos y estas cuestas, que para arriba, que para abajo, pues como que no, que se llega igual andando y sin sudar.

Pues de eso le hablaba yo a mi amigo el argentino. Porque me preguntaba que cómo tenía que comportarse para hacerse al país. Y es que, él estuvo por acá (como dice él) hace unos años, pero de vacaciones y, claro, lo mismo no es. Ahora se ha venido a trabajar y anda preocupado porque no sabe si "quedará", que él dice.

Yo le dije que lo que tiene que hacer es luchar contra el estereotipo, porque, para su desgracia, el argentino de los piropos y el verso, en España, ya está muy choteado y ahora, la imagen que tenemos todos del carácter del argentino es, con perdón, la de que es un vago. Y el me decía: "pero bueno, boluda, no es tan así, yo vengo a laburar y le voy a pegar duro". Y yo: "que sí, que no lo dudo, pero aquí entre tú y yo, tú sabes que lo que para ustedes el laburar consiste más bien en hacer que trabajas hasta que se cumple la hora y, mi niño, aquí les tenemos ya a todos calado". Y me decía: "y bueno, un poco así sí es".

"Y la culpa no es de ustedes", le decía yo. Y de verdad lo pienso. El caso es que uno nace en un país en el que o la clavas o te la clavan y uno se acostumbra a clavarla primero. Si la costumbre es que el empresario te explote, uno se vuelve experto en explotar al empresario, no hay de otra. Y no está mal, así funcionan las sociedades. Pero, con esto de la globalización, la cosa se complica, porque ahora llegas a otro país en el que las cosas funcionan distinto y uno sigue con la dinámica de siempre, porque es algo innato, que aprendió de chico, y claro, todo mal.

Total, que le dije yo a mi amigo: "Mira, Carlos, tú lo que tienes que hacer es trabajar más que los españoles". Y el otro, que no le convencía: "pero, boluda, tampoco la pavada". Y es que al argentino no le gusta que se la den con queso y ese sano deporte español de bajarnos los pantalones por un buen puesto, como que no lo ve muy claro.

Yo espero que se adapte, porque quererlo le quiero un montón y es buena gente el jodío. Pero, claro, argentino.

Cuando colgué el teléfono, luego, me quedé pensando: con tanta inmigración y emigración, mezcla de culturas y de sociedades (argentinos, colombianos, ecuatorianos, venezolanos, rumanos, marroquíes, saharauis, mauritanos...), ¿cuál será el estereotipo del español dentro de veinte años? Porque españoles somos todos, pero aquí ya no se sabe ni de dónde somos. Será curioso ver en qué nos convertimos...

Yo por lo pronto, ya me he aficionado al mate (ummmm... mateeee), a los dulces marroquíes y estoy a ver si me llega el sueldo para acostumbrarme a dormir la siesta en una hamaca colgada del balcón... por irse una reestereotipando, vamos, que el que no corre, vuela.